La
contemplación es esencialmente una escucha en el silencio, una
expectación. Y también, en cierto sentido, debemos empezar a
escuchar a Dios cuando hemos terminado de escuchar. ¿Cuál es la
explicación de esta paradoja? Quizá que hay una clase de escucha
más elevada, que no es una atención a la longitud de cierta onda,
una receptividad para cierto mensaje, sino un vacío que espera
realizar la plenitud del mensaje de Dios dentro de su aparente vacío.
En otras palabras, el verdadero contemplativo no es el que prepara su
mente para un mensaje particular, que él quiere o espera escuchar,
sino el que permanece vacío porque sabe que nunca puede esperar o
anticipar la palabra que transformará su oscuridad en luz. Ni
siquiera llega a anticipar una clase especial de transformación. No
pide la luz en vez de la oscuridad. Espera la Palabra de Dios en
silencio, y cuando es “respondido”, no es tanto por una palabra
que brota del silencio. Es por su silencio mismo cuando de repente,
inexplicablemente revelándose a él como la palabra de máximo
poder, llena de la voz de Dios. Thomas
Merton
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