Dios
mío, tú, que me has
enriquecido tanto, permíteme
también dar a
manos llenas. Mi vida
se ha convertido en un diálogo
ininterrumpido
contigo, Dios mío, en
un largo diálogo. Cuando me
encuentro en un
rincón del campo,
con los pies plantados en tu tierra y
los ojos
elevados hacia tu cielo, tengo a menudo
el rostro inundado de
lágrimas,
único estuario de mi emoción interior y de mi gratitud.
También,
por la noche, cuando, acostada en mi litera, me recojo en
ti,
Dios mío, lágrimas de gratitud inundan a veces mi
rostro,
y esa
es mi oración.
Estoy muy cansada desde hace algunos días, pero
es una
cosa que pasará como todo lo demás. Todo progresa
siguiendo
un ritmo profundo, un ritmo propio en cada uno
de nosotros. Debería
enseñarse a la gente a escuchar y a
respetar ese ritmo: es lo más
importante que un ser
humano puede aprender en esta vida. No lucho
contigo,
Dios mío.
Mi vida no es más que un largo diálogo
contigo.
Es posible que no llegue a ser nunca la gran
artista que quisiera
ser, pues estoy demasiado bien
resguardada en ti,
Dios mío. En
ocasiones, quisiera grabar con un buril
pequeños aforismos y
pequeñas historias vibrantes de
emoción. Mas la primera palabra que
me viene a la mente,
siempre la misma, es: Dios. Contiene todo y hace
inútil
todo lo demás. Toda mi energía creadora se convierte en
diálogos interiores contigo. El oleaje de mi corazón se ha
vuelto
más ancho desde que estoy aquí, más animado y
más apacible a la
vez, y tengo la impresión de que mi
riqueza interior se incrementa
sin cesar . E. Hillesum, Diario: 1941-1943,