Lo importante en la oración es comenzar como es debido. «Antes de entrar en la oración, repose un poco el espíritu, asentándose o paseándose..., considerando a dónde voy y a qué» [239]. En estos primeros momentos, hay que apaciguar el cuerpo, concentrar el espíritu y abrir el corazón. Hay que hacer realidad el «Descálzate» dirigido a Moisés (Ex 3,5) y el «cerrar la puerta» del Sermón de la montaña (Mt 6,6).
Muchos imaginan que el preparar la oración consiste en fijar un tema y concretar los puntos, como si se tratara de hacer a continuación una disertación según el plan previsto. De ese modo hacen de la oración una operación intelectual. Lo que conviene es, sencillamente, fijar la atención del espíritu en tal o cual punto, a fin de no quedarse en vaguedades. «Por dónde comenzar», dice con mucha frecuencia san Ignacio. De este modo el espíritu conserva la paz, sin andar «mariposeando» aquí y allá. A este objeto proponemos textos escriturísticos, no para que se tomen todos ellos, sino
para que cada cual escoja el que más le convenga y no deje a su espíritu errar sin rumbo. Jean Laplace